Me desperté con un
sudor frío recorriendo mi frente, apagué el despertador con un golpe seco,
quizás más fuerte de lo que hubiera hecho falta, fui al baño y me lavé la cara.
No era la primera vez
que tenía ese sueño, de hecho lo había tenido desde siempre, pero últimamente
se repetía prácticamente todas las noches, no entendía por qué, no sabía
quienes eran esas personas con las que soñaba.
Me miré al espejo y una
cara familiar, aunque con más ojeras de lo habitual, me devolvía la mirada. Me
puse el uniforme negro de siempre y bajé al comedor del área de medicina. Vivía
en un edificio dedicado a la enseñanza de jóvenes con capacidades “fuera de lo
normal”, lo cierto es que lo único fuera de lo normal es que casi todos los que
nos encontrábamos aquí habíamos sido abandonados por nuestras familias por
razones que ninguno conocíamos. En este edificio en mitad de la nada se nos
formaba en distintas profesiones para que el día de mañana no fuéramos un
lastre para la sociedad, esa sociedad que al parecer era perfecta, pero que
ninguno de nosotros conocía aún.
Yo había elegido la
rama de la medicina hacía ya cuatro años, no porque fuese mi vocación, ni mucho
menos, simplemente me pareció lo menos aburrido de la lista de profesiones para
las que al parecer tenía “dotes”. Mientras desayunaba, pensaba lo mismo que
casi todos los días, que parecíamos un rebaño de ovejas idiotas que eran
felices simplemente porque en aquel lugar cubrían nuestras necesidades básicas.
Lo cierto es que hacía caso omiso a esas charlas que nos daban cada año para
motivarnos diciéndonos que nosotros éramos “el futuro de una sociedad brillante
a la que pertenecíamos, en donde algún día nosotros estaríamos a la cabeza”,
tan solo sonreía y fingía estar emocionada por todo aquello, ya había comprobado
amargamente hacía años que cuestionarse todo este sistema era más que absurdo.
El día fue exactamente
igual que el resto, clases tremendamente aburridas de las que ya sabía todo,
porque me parecía mejor aprender de manera autodidacta cogiendo libros que
escuchar a aquellos charlatanes; muchos cuerpos fríos como el hielo para practicarles
la autopsia una vez más, la misma comida de todos los días, las mismas charlas
con la gente, todo exactamente igual hasta que a última hora de la tarde
ocurrió algo diferente.
Estaba paseando,
inmersa en mis pensamientos, por el área de educación secundaria, donde los
críos eran más felices con sus consolas y practicando deportes de lo que yo
podía comprender, cuando escuché a una niña gritando en uno de los pasillos de
servicio, parecía que nadie se daba cuenta, así que me acerqué a ver que
ocurría. Dos guardias sujetaban a una cría, que pataleaba y forcejeaba por
soltarse mientras gritaba desesperada que la devolvieran con su familia, que
ella se acordaba de todo, que no quería estar allí. Su cara me resultaba
extrañamente familiar, pero no era capaz de recordar de qué. Justo antes de que
la metieran en una sala, la niña me miró a los ojos y me gritó que la ayudase,
lo que hizo que uno de los guardias centrara su atención en mí. Me oculté
detrás de una pared suplicando que el guardia no me hubiera llegado a ver y
corrí hacia el área de medicina, a mi habitación. Si me había llegado a ver,
aquello podría traerme problemas, muchos más de los que yo quería tener.